MARCOS 1:35
Introducción:
A muchos cristianos les cuesta orar. En lugar de ser un deleite, la oración se les ha tornado en una carga pesada que no les trae la libertad que la Biblia dice que experimentamos cuando intimamos con el Señor. Esto se debe a que aún no hemos comprendido la esencia y el propósito de la oración. Para entenderla un poco, debemos analizar el lugar que el Señor Jesús le asignó en su vida y en su ministerio.
La oración (esa íntima relación que establecemos con Dios) se torna mucho más interesante cuando miramos que Jesús la practicaba sin cesar. Para él era fundamental porque buscaba restaurarle al género humano los derechos perdidos por su desobediencia en el jardín del Edén.
- Antes de comenzar su ministerio como tal, pasó 40 días orando y ayunando: “Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre” (Mateo 4:2).
- Al iniciar su ministerio, Cristo Jesús lo hizo dependiendo de su comunión con el Padre: Leamos Marcos 1:35: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar muy desierto, y allí oraba”.
- En la escogencia de sus discípulos, pasó toda una noche orando: “En aquellos días él fue al monte a orar; y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lucas 6:12-13)
- A la mitad de su ministerio, después de alimentar milagrosamente a los cinco mil, leemos en Mateo 14:23: “Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”.
- Solía pasar largos tiempos de oración en lugares solitarios: “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5:16)
- Al final de su ministerio terrenal, Lucas nos dice lo siguiente: “y saliendo, se fue como solía, al Monte de Los Olivos… Cuando llegó a aquel lugar, les dijo (a sus discípulos): “Orad que no entréis en tentación” (Lucas 22:39-40).
- Aún en la cruz vemos a Jesús orando (Lucas 23:34, 46). Mientras moría dijo: “Consumado es” (Juan 19:30), y sin embargo, su muerte no marcó el fin de su ministerio de oración, pues Hebreos 7:25 nos dice que el ministerio de Jesús en el cielo hoy, es de intercesión:
“Por lo cual también puede salvar perpetuamente a los que por El se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”.
El ministerio continuo de Cristo Jesús en el cielo es de oración. Mientras estuvo aquí en la tierra nos mostró que para él la oración era:
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Prioritaria: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro…oraba” (Marcos 1:35).
Si usted lee los versículos anteriores, notará que Jesús estuvo ministrando hasta altas horas de la madrugada en el pueblo de Capernaúm (Marcos 1:32-34; Lucas 4:40-41). Sin embargo, madrugó a orar por lo prioritario que le era la oración. ¿Será que la oración y el deseo de intimar con Dios ocupan el primer lugar en el corazón nuestro? ¿Si somos de los que madrugan a orar? Pueda que muchos madruguen a hacer tantas cosas, pero casi nunca a orar. Isaías declaró:
“Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte…” (Isaías 26:9). Somos nosotros quienes determinamos cuanto nos interesa el Señor. Creo que uno desea estar donde está su enamorado, y cuando de verdad amamos a Dios, desearemos estar con él. El grado de prioridad determinará la intimidad.
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Insustituible: “…se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35b).
La oración no es una opción. Es una impuesta necesidad. Jesús pudo amanecer descansando y durmiendo hasta tarde en la mañana ya que en la noche anterior había ministrado a todo un pueblo y de seguro que en lo físico debió haber quedado extenuado. No obstante, madrugó a orar porque nada podía reemplazar su intimidad con el Padre. Josué fue engañado por los de Gabaón cuando tomó decisiones sin haber consultado con Dios. (Josué 9:14-16). El profeta Elías salió huyendo de Jezabel cuando no oró y permitió que las amenazas de esta impía mujer lo amedrentaran. (1° Reyes19-1-3) Todo lo que nos lleva a dejar la oración de lado, nos acorralará y nos conducirá al fracaso. Nada por lo tanto puede reemplazar nuestra intimidad con el Señor. Debemos orar cada mañana como si nada hubiera pasado hoy. La oración no tiene sustitutos.
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Una disciplina: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro…” (Marcos 1:35ª) “Y saliendo se fue, como solía, al Monte de los Olivos…y puesto de rodillas, oró” (Lucas 22: 39-41).
Cuando la oración deja de ser una carga y se convierte en una disciplina, entonces se torna poderosa y efectiva. Lo que hace que algo se torne en una disciplina es la práctica diaria y constante de lo mismo. Jesús no oraba ocasionalmente. Lo suyo era una costumbre. Y toda costumbre bien aplicada se convierte en ley. Muchos no alcanzan más por lo inconstantes que son en la oración. Nada nos cuesta tanto como convertir la oración en una disciplina. En ocasiones, solo oramos cuando sentimos orar como si la vida cristiana dependiera tanto de lo que uno sienta o deje de sentir. La voz dominante de nuestro peregrinar en Cristo la lleva la obediencia que nace por la oración. Sin obedecer no podemos orar, y sin orar no podemos tampoco obedecer. La oración y la obediencia viajan juntas por la misma vía y hacia el mismo propósito. Jesús nunca hubiera podido madrugar ese día después de semejante ministración en la noche si la oración no hubiera sido una disciplina para él.
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El eje y motor de su visión: “Y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. El les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí, porque para esto he venido” (Marcos 1:37-38).
Asombra el equilibrio y las proporciones que el Señor mantenía en su ministerio. ¿No le hubiera sido más fácil quedarse con aquellos que ya le conocían y le habían visto hacer maravillas la nocheanterior que irse a otros lugares vecinos a predicar y ministrar a la gente? Aun cuando a él le hubiera gustado quedarse allí, parece ser que mientras oraba recibió la orden del Padre de ir a otros lugares. La oración hará que Dios nos encause y encamine hacia donde y hacia lo que él nos quiere guiar. Cuando permanecemos en su presencia, él nos dirá a donde desea que nos movamos y qué espera que hagamos. El apóstol Pablo vivió una experiencia parecida (Hechos 16:6-10) y fue guiado por Dios a Macedonia aún cuando él tenía planeado ir a Bitinia. Mediante la oración recibimos dirección.
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Lo que le hacía comprender que no todo lo bueno era bueno: “El les dijo: Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí…” (Marcos 1:38ª).
En esos otros lugares tenía mucho por hacer y percibió que irse era muchísimo mejor que quedarse con los que le buscaban. Estar con ellos era bueno, pero irse a otros lugares a predicar, era mucho mejor. Toda vez que nos mantengamos en línea con Dios por la oración, el Señor nos mostrará que no todo lo bueno es bueno, y que él siempre nos guiará a hacer lo que es mejor para el reino y para el desarrollo de lo que espera que hagamos.
La Biblia y la oración
A través de su Palabra Dios nos insta a orar:
- Sin cesar (1ª Tesalonicenses 5: 17).
- Sin desmayar (Lucas 18:1-8)
- En todo tiempo (Efesios 6:18)
- En todo lugar (1ª Timoteo 2:8).
- Sin tregua alguna (Romanos 12:12).
Entre más meditamos en la Palabra de Dios más nos damos cuenta que es imposible conocer su contenido sin que nos sintamos impulsados a orar. La oración nos prepara para conocer la revelación de Dios manifiesta en su ley, y la lectura, la asimilación y comprensión de esta revelación nos lleva a la oración. Oramos con base en su Palabra y por su Palabra, somos llevados a la oración.
Grandes hombres de Dios: Tuvieron una Profunda vida de oración
La oración hace grande a los hombres que la practican. La oración es el lenguaje de la fe que nos comunica con el cielo y hace que el cielo se mueva. Todo cuanto Dios pueda hacer, lo hará en respuesta a la oración. Cuando no se ora, se le impide a Dios hacer lo suyo.
Todos los grandes hombres de Dios fueron y han sido grandes hombres de oración. ¿Lo será usted? ¿Estaremos por debajo de este requerimiento que nos hace el Señor? Los anales de la historia contienen registros de hombres poderosos en la oración con los que Dios mostró al mundo que vivir para él y servirle, es lo mejor que nos pueda pasar. Espacio faltaría para mencionar a Abraham, Moisés, Josué, Samuel, David, Elías, Daniel, Jeremías, Pablo, Martín Lutero, Juan Wesley, Edward Bounds, Eduardo Payson, David Brainerd, Carlos Simeón Cambridge, George Muller, Carlos Spurgeón, D. Moody, Carlos Finney, George Fox, F.B. Meyer, Richard Baxter, Matthew Henry, George Whitefield, Robert Murray McCheyne, Gordón Watt y cientos de miles que han probado que la oración surte efecto.
Algunos me han llegado a decir: Pero, ¿Y por qué orar tanto, si al fin y al cabo, Dios lo sabe todo mucho antes de que uno se lo pida?
Y es ahí precisamente donde radica el gran problema para muchos: en que usan la oración sólo para pedir; ¡Y orar es mucho más profundo que una simple petición! ¡Orar es tener comunión e intimidad con el Señor! Orar es reconocer nuestra total dependencia de Dios. ¡En la cotidianidad de la oración comprendemos cuanto dependemos y cuánto necesitamos a Dios! Orar es interactuar con Dios. Es el ejercicio más elevado de autoridad que podamos desarrollar mientras nos mantengamos cercanos al Señor. La necesidad de orar nace de la comprensión del propósito que Dios se ha trazado con la humanidad. Cuando descubrimos lo que Dios busca hacer mediante la práctica de la oración, entonces reconocemos la necesidad de orar en todo tiempo.
Conclusión
Es muy triste mirar que algunos sólo se acuerdan de “buscar al Señor” en oración cuando tienen una necesidad apremiante, o cuando desean que el Señor les provea un nuevo trabajo; que les dé para comprar un carro nuevo, que los sane si han venido padeciendo de alguna enfermedad, etc. Pero del resto, poco es el tiempo y las veces que usan para estar en la presencia del Señor y, ¡Sin una profunda comunión con Dios no hay bendición! Si no somos personas de oración, todo cuanto hagamos podría ser calificado como obras de hipocresía y todas nuestras buenas intenciones no tendrían la rectitud requerida.