Hoy me gustaría apelar a tu imaginación. Supongamos que quieres comprar un coche nuevo. Te diriges, pues, a un concesionario, donde te atiende un amable vendedor.
Todo marcha estupendamente hasta que, de repente, el vendedor te pide que, por favor, te pongas una venda en los ojos y tapones en los oídos.
Acto seguido, te acompaña a cada uno de los coches y te detalla largamente las características de cada uno. Pero claro, tú no puedes ver casi nada a través de la venda, y escuchas a duras penas. ¿Te imaginas? Sería una situación totalmente absurda, ya que no podrías ver el coche que vas a comprar, ni conocer realmente sus especificaciones técnicas. Básicamente, deberías elegir el coche “a ciegas”. ¿Crees que elegirías correctamente? ¡Seguramente no!
Con la ira nos pasa algo similar. Es una emoción tan fuerte que nos vuelve como “ciegos y sordos”. Nos ciega, nos impide tomar buenas decisiones. ¡Definitivamente, el enojo, la ira o el enfado no son buenos consejeros!
En cambio, el que siempre nos da buenos consejos, independientemente de cuál sea la situación por la que estés pasando, es el Santo Espíritu. Como dice la Biblia, es un “espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Isaías 11:2).
¡Siempre está presente y disponible para ayudarte!
Querido(a) amigo(a), hoy quiero animarte a que te quites las vendas del enfado, y a que te apoyes en el Espíritu Santo. Entrégale todas tus emociones, tus sentimientos, y pídele que te guíe en cada decisión que tienes que tomar. ¡Él lo hará, sin duda alguna! Te guiará y te ayudará cada día, en cada paso que tengas que dar.
¡Sé bendecido(a)! Te aprecio, y oro por ti.